Gabriel sacudió de su mente recuerdos inciertos y perturbadores. Era el tercer día después de la primera vez que contempló el páramo. Algo en él pareció cambiar, una pregunta latente, tal vez, que emergía a través de sus ojos y reprimía un grito. Había vuelto proque sabía que debía regresar, al menos sentía ese irracional y estúpido concepto de "presentir". Se sentó junto a un par de rocas lisas que servía de referencia en medio tanta ausencia y exhaló como resignado a ser conciente de sí mismo en ese lugar. Cerró los ojos por un momento, y al abrirlos, se puso lentamente de pie. Barrió con la mirada de oeste a este todo lo que sus ojos le permitieron y levantó su mirada. Habían pasado muchos años desde la última vez que un ungido había cantado en el páramo.
En el horizonte, un grupo de hombres en albornoces caminaban hacia él. Había sido escuchado.