El no cree en Dios, pero aparenta rezar. Siente el miedo como el frío que inhala al buscar algo más que noche y reclusión. Así vemos como ya no se molesta por gritar ni retorcerse, ya no más aleteos ni proclamas de justicia. Lo que sabe, es que aquella sensación, aquel punzante trozo de realidad que lo paraliza.
Desde niño teme a tantas cosas como ha sido capaz su imaginación de crear para parametrizar su mundo. Privado de recuerdos a los que se pueda aferrar, sucumbe ante una fiebre de no-tiempo.
Cree haber vivido solo unos momentos, sido creado para tal instante en que pueda ser, más allá de todo condicionante.
Él simplemente "sabe" que está aquí, aunque no se reconoce.
Está a oscuras, suponemos que puede escuchar ecos, gemidos, quizás propios, tímidos y desgastados.
Si pudiéramos saber su nombre, sabríamos qué le sucedió. Seguiremos con la cuarenta.
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